Apenas unas horas para dormir y sin tiempo que perder hacemos las alforjas y abandonamos Antananarivo.
La Rn. 7
Elegimos la nacional 7 en nuestro camino hacia el Sur.
A los pocos kilómetros, el caótico tráfico de la capital desaparece y rodamos por una carretera mucho más tranquila.
Aitor y su sex-appeal. Con la ausencia de Javi en el pelotón, es Aitor el encargado de revolucionar el corazón de las féminas que se cruzan en el camino.
¿Alguien podrá resistirse ante este terrible seductor...?
No contento con ello, intenta pasar desapercibido y decide hacerse unas extensiones al más puro estilo local.
Goitibeherak.
Goitibeherak.
Hasta nuestros oídos llega un ruido que nos resulta familiar. Cuál es nuestra sorpresa, cuando vemos la primera goitibehera.
El código de circulación malgache no establece una edad mínima para la condución de estos artefactos.
Dichos artilugios sirven tanto para el transporte de mercancías como de personal.
Este económico vehículo podría ser perfecto, si al final de la cuesta abajo no hubiera que empujar.
Peleas de gallos.
Nuestras piernas empiezan a acostumbrarse a los kilómetros y las cuestas, no así nuestros estómagos que notan una falta de aclimatación a la comida-bebida local. Una inoportuna cagalera nos deja sin fuerzas para continuar el pedaleo.
Es domingo y aprovechamos el día de descanso para pasear por Ambositra, pero también para "disfrutar" del espectáculo de las peleas de gallos.
Si a alguien le parece demasiado violento este encarnizado combate, siempre podrá ir a ver la última comedia romántica de Jean-Claude Van Damme.
P. Nac. Ranomafana. Nos desviamos de la ruta principal con la intención de visitar este parque nacional.
A pesar de la densa vegetación, al rato observamos los primeros lémures.
Y aunque el lémur es el animal insignia de estas tierras, el denso bosque alberga también otros moradores.
La hora de la siesta.
La hora de la siesta.
En las horas centrales del día la calor aprieta. Buscamos la sombra de algún árbol donde extender la esterilla. Pero los malgaches no necesitan tanto confort para echar una cabezadita y les sorprendemos en los sitios más inverosímiles disfrutando de una reparadora siesta.
La costa Sureste.
Un "descenso" con numerosos repechos nos conduce hacia el océano Indico.
¡Ciclo-viajeros al tren...!
En Manakara tomamos un tren que nos devuelva a las montañas del interior. Día de descanso para las bicis y algo menos para nosotros.
Tras diez horas de traqueteo y numerosas paradas llegamos a Fianarantsoa.
La buena mesa y mejor cama.
Cuando se trata de dar a los pedales es fundamental comer y descansar como es debido. Y en Madagascar no resulta complicado encontrar lugares donde avituallarse o dormir.
...aunque en ocasiones preferimos ignorar la procedencia de los alimentos que nos llevamos a la boca.
Pousse-pousse.
El pousse-pousse (literalmente empuja-empuja) es un elemento imprescindible en al fisonomía de cualquier ciudad de Madagascar. Compartiendo espacio con bicis, taxis, autobuses... y compitiendo entre ellos en la búsqueda de clientes que subir a bordo.
Ambalavao.
El paisaje que nos acompaña desde Fianarantsoa a Ambalavao es uno de los más impresionantes del viaje.
Ambalavao es famoso por sus bellas casas y por su multitudinario mercado de cebús,
pero lo que más nos llama la atención es la espectacularidad de sus alrededores, y a pocos kilómetros de éste, se haya una reserva natural que no dudamos en visitar.
Reserva de Anja.
Visitamos la reserva a primera hora de la mañana, cuando los lémures de cola anillada están en plena actividad.
Par. Nac. Andringitra.
Abandonamos Anja y pedaleamos dirección al parque nacional de Andringitra.
El parque cuenta con montañas que sobrepasan los 2600 metros...
... pero nuestro objetivo es visitar el área del Tsaranoro. Unas paredes verticales que hacen las delicias de escaladores de todo el mundo. Nosotros nos conformaremos con pasear un par de días por los alrededores.
Hacia el far west. El paisaje empieza a ser cada vez más desolado y la distancia entre ciudades y pueblos, cada vez mayor. Por suerte, el viento está de nuestro lado y nos permite cubrir etapas que sobrepasan el centenar de kilómetros sin demasiado esfuerzo.
El agua.
La desforestación.
Desde la llegada del ser humano a Madagascar (apenas dos mil años), el problema de la desforestación se ha convertido en uno de los más graves de la isla. Poco a poco, este único y frágil ecosistema está desapareciendo.
La presión humana (agricultura, pastoreo... ) agravan esta situación.
Casi a diario, observamos cómo varios focos de fuego arrasan la isla.
Par. Nac. Isalo.
¡Atención peligro! La población local nos advierte que la zona que tenemos que atravesar es muy peligrosa. Se trata de una zona en la que se extrae zafiros y otras piedras preciosas y esto, congrega al parecer gente con pocos escrúpulos.
Desoyendo estos consejos, tomamos de nuevo las bicis. No obstante miramos de reojo, no nos vayan a estar vigilando desde alguna atalaya.
Vamos a la playa.
Arribamos a Toliara bastante fatigados. Un buen baño, visita al peluquero y abandonamos la ciudad para visitar las playas del norte.
Una bacheada y arenosa pista nos conduce hacia el poblado de Mangily.
¿Por qué le llaman turismo cuando quieren decir sexo?
El baobad.
Entre la fantástica flora de Madagascar destaca el baobad, de cuya especie, se pueden encontrar siete de las ocho variedades conocidas en todo el mundo.
El surf.
Comprobamos cómo no es necesario una tabla de fibra para cabalgar sobre las olas.
A pesar de que el surf es un deporte mayoritariamente masculino, las chicas de San Agustín no le temen a nada.
En Anakao sin embargo, siendo del mismo material, las tablas son más elaboradas.
Durante nuestra estancia en Madagascar no vemos grandes mercantes, ni enormes barcos de pesca. Todo se reduce a pequeñas embarcaciones que diariamente salen a faenar.
Desde pequeños, con pocos medios y mucha imaginación se preparan para convertirse en grandes marineros.
Póntelo, pónselo... ¿pero dónde?
Anakao.
Tras un breve paso por Toliara, seguimos costeando hacia el sur.
Disponemos todavía de quince días por delante. Descartamos algunas zonas demasiado aisladas e imposibles de visitar en esta época. Por lo que desde la capital, tomamos de nuevo la bici y rodamos ahora rumbo al Noreste.
Me gusta el furgol...
La petanca (legado de los franceses) mantiene una dura pugna con el fútbol como deporte nacional...
... y aunque los jugadores locales apenas cuentan con medios...
... que se vayan preparando el resto del mundo.
La Costa Este.
Rodamos por una zona que generalmente se pasa por alto, pero este tramo de litoral ofrece buenas posibilidades para entretenerse.
La Rn. 7
Elegimos la nacional 7 en nuestro camino hacia el Sur.
A los pocos kilómetros, el caótico tráfico de la capital desaparece y rodamos por una carretera mucho más tranquila.
De ahora en adelante sólamente tendremos que lidiar con carros de bueyes, bicicletas, cerdos, gallinas... y los kamikazes conductores de taxi-brousses.
Pedaleamos rodeados de peladas montañas que contrastan con los verdes arrozales del fondo del valle.
Aitor y su sex-appeal. Con la ausencia de Javi en el pelotón, es Aitor el encargado de revolucionar el corazón de las féminas que se cruzan en el camino.
¿Alguien podrá resistirse ante este terrible seductor...?
No contento con ello, intenta pasar desapercibido y decide hacerse unas extensiones al más puro estilo local.
Goitibeherak.
Goitibeherak.
Hasta nuestros oídos llega un ruido que nos resulta familiar. Cuál es nuestra sorpresa, cuando vemos la primera goitibehera.
El código de circulación malgache no establece una edad mínima para la condución de estos artefactos.
Dichos artilugios sirven tanto para el transporte de mercancías como de personal.
Este económico vehículo podría ser perfecto, si al final de la cuesta abajo no hubiera que empujar.
Peleas de gallos.
Nuestras piernas empiezan a acostumbrarse a los kilómetros y las cuestas, no así nuestros estómagos que notan una falta de aclimatación a la comida-bebida local. Una inoportuna cagalera nos deja sin fuerzas para continuar el pedaleo.
Es domingo y aprovechamos el día de descanso para pasear por Ambositra, pero también para "disfrutar" del espectáculo de las peleas de gallos.
Si a alguien le parece demasiado violento este encarnizado combate, siempre podrá ir a ver la última comedia romántica de Jean-Claude Van Damme.
P. Nac. Ranomafana. Nos desviamos de la ruta principal con la intención de visitar este parque nacional.
A pesar de la densa vegetación, al rato observamos los primeros lémures.
Y aunque el lémur es el animal insignia de estas tierras, el denso bosque alberga también otros moradores.
La hora de la siesta.
La hora de la siesta.
En las horas centrales del día la calor aprieta. Buscamos la sombra de algún árbol donde extender la esterilla. Pero los malgaches no necesitan tanto confort para echar una cabezadita y les sorprendemos en los sitios más inverosímiles disfrutando de una reparadora siesta.
La costa Sureste.
Un "descenso" con numerosos repechos nos conduce hacia el océano Indico.
En ausencia de ciudades o pueblos donde buscar alojamiento, Boto y su simpática familia nos ofrecen un lugar donde plantar las tiendas.
¡Ciclo-viajeros al tren...!
En Manakara tomamos un tren que nos devuelva a las montañas del interior. Día de descanso para las bicis y algo menos para nosotros.
Tras diez horas de traqueteo y numerosas paradas llegamos a Fianarantsoa.
La buena mesa y mejor cama.
Cuando se trata de dar a los pedales es fundamental comer y descansar como es debido. Y en Madagascar no resulta complicado encontrar lugares donde avituallarse o dormir.
...aunque en ocasiones preferimos ignorar la procedencia de los alimentos que nos llevamos a la boca.
Pousse-pousse.
El pousse-pousse (literalmente empuja-empuja) es un elemento imprescindible en al fisonomía de cualquier ciudad de Madagascar. Compartiendo espacio con bicis, taxis, autobuses... y compitiendo entre ellos en la búsqueda de clientes que subir a bordo.
Ambalavao.
El paisaje que nos acompaña desde Fianarantsoa a Ambalavao es uno de los más impresionantes del viaje.
Ambalavao es famoso por sus bellas casas y por su multitudinario mercado de cebús,
pero lo que más nos llama la atención es la espectacularidad de sus alrededores, y a pocos kilómetros de éste, se haya una reserva natural que no dudamos en visitar.
Reserva de Anja.
Visitamos la reserva a primera hora de la mañana, cuando los lémures de cola anillada están en plena actividad.
Par. Nac. Andringitra.
Abandonamos Anja y pedaleamos dirección al parque nacional de Andringitra.
El parque cuenta con montañas que sobrepasan los 2600 metros...
... pero nuestro objetivo es visitar el área del Tsaranoro. Unas paredes verticales que hacen las delicias de escaladores de todo el mundo. Nosotros nos conformaremos con pasear un par de días por los alrededores.
Hacia el far west. El paisaje empieza a ser cada vez más desolado y la distancia entre ciudades y pueblos, cada vez mayor. Por suerte, el viento está de nuestro lado y nos permite cubrir etapas que sobrepasan el centenar de kilómetros sin demasiado esfuerzo.
El agua.
Algo tan cotidiano como abrir la llave del grifo y esperar que salga agua, es todo un lujo en determinadas zonas de Madagascar. Por lo que si la fuente o pozo no está cerca, no habrá otra opción que caminar en su busca.
La desforestación.
Desde la llegada del ser humano a Madagascar (apenas dos mil años), el problema de la desforestación se ha convertido en uno de los más graves de la isla. Poco a poco, este único y frágil ecosistema está desapareciendo.
La presión humana (agricultura, pastoreo... ) agravan esta situación.
Casi a diario, observamos cómo varios focos de fuego arrasan la isla.
Par. Nac. Isalo.
Dedicamos una jornada a recorrer este parque nacional, que tampoco se ha escapado de los efectos del fuego. Unas semanas antes de nuestra visita, un incendio atravesó los límites del parque acotando así su visita.
¡Atención peligro! La población local nos advierte que la zona que tenemos que atravesar es muy peligrosa. Se trata de una zona en la que se extrae zafiros y otras piedras preciosas y esto, congrega al parecer gente con pocos escrúpulos.
Desoyendo estos consejos, tomamos de nuevo las bicis. No obstante miramos de reojo, no nos vayan a estar vigilando desde alguna atalaya.
Vamos a la playa.
Arribamos a Toliara bastante fatigados. Un buen baño, visita al peluquero y abandonamos la ciudad para visitar las playas del norte.
Una bacheada y arenosa pista nos conduce hacia el poblado de Mangily.
Aprovechamos estos días de tranquilidad para bucear, pasear, leer... pero sobre todo para darle gusto al paladar con la variada y sabrosa comida del lugar.
¿Por qué le llaman turismo cuando quieren decir sexo?
Desconocíamos que Madagascar estuviera dentro de los destinos de turismo sexual. Pero una vez más, vemos cómo esta lacra infecta los lugares más insospechados.
El baobad.
Entre la fantástica flora de Madagascar destaca el baobad, de cuya especie, se pueden encontrar siete de las ocho variedades conocidas en todo el mundo.
El surf.
Comprobamos cómo no es necesario una tabla de fibra para cabalgar sobre las olas.
A pesar de que el surf es un deporte mayoritariamente masculino, las chicas de San Agustín no le temen a nada.
En Anakao sin embargo, siendo del mismo material, las tablas son más elaboradas.
Durante nuestra estancia en Madagascar no vemos grandes mercantes, ni enormes barcos de pesca. Todo se reduce a pequeñas embarcaciones que diariamente salen a faenar.
Desde pequeños, con pocos medios y mucha imaginación se preparan para convertirse en grandes marineros.
Póntelo, pónselo... ¿pero dónde?
En cuanto ponemos pie en tierra, somos abordados por decenas de críos que corren, ríen y observan a nuestro alrededor. Apenas vemos adultos y escasean los ancianos. Pero entonces... ¿de dónde salen tantos niños?
Anakao.
Tras un breve paso por Toliara, seguimos costeando hacia el sur.
En San Agustín la pista muere en una bahía, por lo que en compañía de Damián embarcamos en una piragua rumbo a Anakao.
Anakao sería el paraíso, si no fuera porque no debemos levantar la vista del suelo. Esto supondría pisar alguna de las múltiples "minas" que la población local se encarga de colocar.
También en piragua nos acercamos a la cercana isla de Nosy Ve.
Disponemos todavía de quince días por delante. Descartamos algunas zonas demasiado aisladas e imposibles de visitar en esta época. Por lo que desde la capital, tomamos de nuevo la bici y rodamos ahora rumbo al Noreste.
En esta zona el pousse-pousse ha evolucionado de una forma más inteligente y descansada.
Más que los efectos del sol, es la estética la que parece impulsar a los malgaches a colocarse cualquier cosa sobre sus cabezas.
Me gusta el furgol...
La petanca (legado de los franceses) mantiene una dura pugna con el fútbol como deporte nacional...
... y aunque los jugadores locales apenas cuentan con medios...
... que se vayan preparando el resto del mundo.
La Costa Este.
Rodamos por una zona que generalmente se pasa por alto, pero este tramo de litoral ofrece buenas posibilidades para entretenerse.
Sus aguas ofrecen abundante pescado, pero a los pescadores locales no parece gustarles alejarse demasiado y en sus frágiles embarcaciones apenas atraviesan el arrecife.
No sólo los humanos faenan en estas aguas.
Tras la tormenta, la calma.
Y tras el chaparrón... un cafecito caliente para continuar.
Llega un momento que la carretera asfaltada se acaba y aunque se puede continuar por una sinuosa pista hacia el norte, decidimos que llego el momento de descansar y en barco, cruzamos a la isla de Sainte-Marie.
Isla de Sainte-Marie.
Tan sólo resta una semana, por lo que antes de volver a Siberia-Gasteiz, llegó el momento de darle vicio al cuerpo. Comer bien, disfrutar de los últimos rayos de sol, refrescarse en el agua, leer, pasear por sus paradisíacas playas y pedalear por las tortuosas pistas que conducen a éstas.
Tan sólo resta una semana, por lo que antes de volver a Siberia-Gasteiz, llegó el momento de darle vicio al cuerpo. Comer bien, disfrutar de los últimos rayos de sol, refrescarse en el agua, leer, pasear por sus paradisíacas playas y pedalear por las tortuosas pistas que conducen a éstas.